Hay una canción de The National llamada Quiet Light, que pertenece al álbum I Am Easy to Find, y siempre que la escucho me quedo un rato pensando en lo que abarca su significado. Me gusta analizar las letras de las canciones más que la melodía, la producción o cualquier otra cosa. Para mí, una estrofa que explique mejor que yo algo que estoy viviendo es suficiente para convertirlas en mis favoritas.
Quiet Light es residente constante de mi lista de repetición por una de sus tantas partes extraordinarias. En específico, aquella en la que Matt Berninger te saca de la ensoñación que producen sus treinta y siete segundos de intro al decir: “I’m not afraid of being alone, I just don’t know what to do with my time.” El título también me recuerda a mi momento favorito del día, ese punto del amanecer o atardecer donde un halo de luz se cuela entre la ventana, pintando la habitación de tonos ligeros de naranja, y donde, si miras fijamente, puedes notar cómo pequeñas partículas en suspensión te recuerdan que ya es tiempo de sacudir el polvo.
La etapa en que la luz brilla de una manera particular, mientras todo está en silencio y son tus pensamientos los que gritan y repiten hasta el cansancio que estás destinado a una espera inmutable que te llena de ansia, un brote en el pecho, cerca del corazón, donde se mezclan los por qué, los si hubiera, los si pudiera y los cuándo será. En ese instante, la “luz quieta” saca de las sombras los deseos más escandalosos de aquel que no ha conocido otra cosa que la soledad y se cuestiona si existe algo en él que lo hace inadecuado para algo tan noble y, en principio, sencillo como el cariño sincero.
No tengo miedo de estar sola, solo que no sé qué hacer con mi tiempo. He tomado prestadas las ideas de Matt, Aaron y Bryce, no porque quiera reflexionar sobre los distintos tipos de luces que disfruto, sino para darle estructura a mi ya sofocante anhelo, aquel que se cierne sobre algo que nunca he tenido y que, a mi edad, a veces me avergüenza desconocer: el amor romántico.
Al momento de redactar esto, ya he considerado censurarme. Me he convencido de que expresar este anhelo me hace sonar desesperada. ¿Les estoy lanzando un grito de ayuda? No creo. ¿Descubrirán aquello que está tan mal en mí, que me ha prohibido vivir las experiencias al mismo ritmo que los demás? Espero que no. ¿Pensarán que soy estúpida? Si ya me han leído varias veces y aún no lo hacen, entonces esto no cambiará su opinión. ¿La persona a la que pueda interesarle va a ser espantada por mi sinceridad? Bueno, de ser así, no la quiero en mi vida.
Hace unos meses estuve frente a una pared llena de deseos. El ritual consistía en anotarlos en papel y luego tocar una campana, quedándote con la ilusión de que, al expresarlos por escrito junto a otras miles de personas, se cumplirían más rápido. Pasé un rato husmeando los deseos de los demás después de dejar el mío. Lo peculiar es que, entre la inmensa cantidad de hojas escritas en varios idiomas, con mensajes largos, otros concisos, unos encomendados a deidades y otros graciosos, había una petición que se repetía sin importar cuántos leyeras: las personas estaban deseando amor.
Amor propio, amor en la familia, amor de amigos, amor romántico, amor para ti que estás leyendo y amor para todos en el mundo. Todas las hojas hablaban del amor, y me pareció increíble que, con la libertad de pedir cualquier cosa, desde la más absurda hasta la más seria, cada persona quisiera y deseara con fuerzas el sentimiento más común. Ese día cuestioné el nivel de mi anhelo: ¿yo también lo deseaba tanto como para gastar esa hoja “mágica” en pedirlo? ¿Me referiría a esas personas como desesperadas, así como lo hago conmigo mientras escribo esto? Las respuestas: sí a lo primero, no a lo segundo.
Yo también pediría ser amada. La cosa es que poner este deseo en palabras te hace sentir extraña, egoísta, exigente, hasta desubicada y malagradecida por no honrar las otras maneras en las que el amor existe en tu vida. Tengo plena consciencia del amor que me rodea, de cómo soy capaz de manifestarlo a quienes aprecio; he visto cómo me ha ayudado a crecer y a sanar. Soy resultado de un amor gigante; se me otorgó con solo nacer. El amor me sucede todos los días en diversas expresiones, aunque estas no sean "esa" tan específica. El amor que tengo lo agradezco, sé que está ahí, no lo reniego, no lo rechazo, no pienso que no esté hecha para él; hasta puedo creer que se me desborda. ¿Por qué, entonces, es tan difícil pedirlo en la única manera en la que no lo he visto ocurrirme? ¿Por qué siento que no es algo válido de desear?

Como todo en mi vida, lo he vuelto una cuestión de estudio. He leído libros, he buscado podcasts, he acudido a la poesía, a la música —como les contaba al principio—, a reels de Instagram y TikToks sobre los tipos de apego, a historias familiares, a historias de desconocidos. Les pregunto cómo lo encontraron, cuándo les ocurrió, como si volverme una experta en un tema que desconozco valiera de algo cuando por fin me toque la práctica. Es la búsqueda de una claridad, de un resplandor que ilumine ese espacio oscuro donde la incertidumbre repite una y otra vez: no va a llegar.
Es exagerado hablar de manera tan definitiva sobre algo que lo dirige la suerte de coincidir, pero, a medida que los números de tu edad suenan más serios y piensas en planes a futuro, mientras ves a los demás obtenerlo tan fácil (o que eso te hagan creer), ciertos cuestionamientos ocurren. Aparece un reloj invisible —que no sé si me afecta más al ser mujer—, y cada tic tac te avisa que estás llegando tarde. Caes en estado de alarma, pero tú aún no sabes cuál es el tren en el que te vas; es más, se te olvidó comprar el boleto y no llevas equipaje. Estás solo en una estación, junto con otros tres que se ven tan desubicados como tú, y te quedas pensando si así te perciben los que ya van tranquilos rumbo a su viaje.
Sé que me leerán y dirán que aún soy joven, lo cual es cierto. Someter las cosas a un lapso de tiempo es un error; tengo fe de que, a los 89 años, me estaré riendo de esta descarga, si es que aún la recuerdo. Pero la juventud también hace que el sentimiento sea más determinante, sobre todo en una época donde estamos en una constante búsqueda de conexión, y no solo romántica: queremos ser más vulnerables, más honestos, crear vínculos valiosos, fomentar comunidades, y, con tantas maneras de hacerlo —tan simples como descargar una aplicación en el teléfono—, que esa conexión aún no ocurra te frustra, así no quieras aceptarlo. ¿Creen que a mí me gusta estar hablando de mi anhelo? No, pero ya no tengo otra manera de sacármelo del pecho.
Hay días en los que la idea no me carcome y consigo desecharla. Me distraigo y hasta dejo de preocuparme por trenes, si al final existen otros medios de transporte. Me siento a gusto en mi compañía —una vez me señalaron que quizá demasiado— y ahora que reflexiono sobre ello, pienso que puede ser algo positivo: es tan valiosa para mí que no voy a entregarla tan fácil.
Me desespero, lo saben porque lo escribo, pero no van a notarlo en mi rostro. No es un concepto que se apropie de mi manera de actuar, no me dirige (tanto). Está apartado en un lado de mi mente que solo lo deja en libertad los domingos por la tarde, cuando no tengo nada mejor en qué pensar y permito que la melancolía me consuma. Aunque pueda sonar elocuente al explicar lo que siento, eso no significa que no quiera golpearme contra una pared.
He estado buscando el origen, ya sé que la culpa es mía, pero insisto en saber el por qué. Pienso en la primera vez que me gustó alguien y recuerdo a la niña poco agraciada cuya manera de flirtear era compartir lo que le gustaba; ella no está lejos de la adulta. La recuerdo con lentes, brackets y con la necesidad de ser “más”, asociada a una autoestima muy baja. Mi primer beso fue un favor, porque era la única que no había estado cercana a nada.
¿Será que entonces mi inicio en el mundo del romance es lo que ha marcado para siempre lo que seguiré viviendo? Quizá lo infantil me perjudicó, o también no ser el prototipo adecuado para el lugar en el que estaba, pero siento que esas son cuestiones muy superficiales en las cuales basar mi análisis. Mis aspiraciones de amor adolescente fueron reducidas a una ilusión no recíproca y a un crush de foro virtual. Me pregunto qué rumbo tendría mi vida si el desarrollo de mi juventud no hubiera estado tan ensombrecido por el sentimiento de insuficiencia.
Aun con las ganas de culparme, no me arrepiento de esas experiencias, tampoco del curso que todo ha ido tomando hasta convertirme en quien soy hoy. Estoy tratando de diseccionar cada aspecto en donde pueda encontrar un rastro del motivo por el cual el romance ha tardado tanto en aparecer. Siendo honesta, mis intereses eran otros cuando tenía 15; mi prioridad no era un novio, mi preocupación era aprobar física, siempre he sido nerd... A lo mejor la soledad es el precio que debo pagar por mi prematuro intelectualismo, pero esta teoría también es absurda, así que la desecho.
Desde entonces he mantenido la posición de observante, lo que colabora a mi obsesión por lo racional. Como a quienes me rodeaban el amor les ocurría más fácil, yo me quedé distinguiendo qué me gustaba de lo que veía y qué no, creando una lista definitiva de expectativas y cosas que no aceptaría jamás. Pero si la cuestión no termina de sucederte, por más estudio y análisis que hagas, no sabes nada. Creo que no puedo anhelar lo que nunca tuve porque, a fin de cuentas, lo desconozco, y definir mi experiencia por vestigios de un sentir solo añade más a la creciente frustración.
La última vez que me enamoré tenía 17 años. Ser “correspondida” después de acostumbrarte al rechazo hace que pases por alto lo que para terceros es evidente. Le invertí nueve años de mi vida a ese sentimiento porque creí que no volvería a ocurrirme. Mi ceguera era tal que me hacía perderme en espejismos, cuando en realidad lo que estaba viendo era mi propio amor desbordándose y yo, inocente, lo tomaba por reciprocidad. Me causa sensaciones amargas saber que lo que percibí como mi “oportunidad” para conocer el amor romántico se convirtió en una lección sobre los mecanismos afectivos disfuncionales. Yo solo quería andar de la mano con alguien.
He tenido que reconocer que hay una parte de mí atascada en esa edad, aunque a veces me avergüence y me haga sentir la persona más sonsa del planeta. A pesar del mal rato, la manera en que los sentimientos estallan en mi pecho no ha cambiado; es algo que no he logrado apaciguar y que, de cierta forma, estoy aprendiendo a honrar. Varias veces me han llamado la atención por mi tendencia a la fantasía, por esa creencia de que todo tiene una razón de ser, de que hay algo predestinado y mágico. El sufrimiento no me volvió fría ni distante; hay algo en mí que persiste, alimentado por los escenarios de los libros de antaño que leo con tanta intensidad.
Así que me he quedado varada, con el rango de sentimientos de una niña y la madurez de una mujer que va por su tercer divorcio. Me da rabia tener que convertir todo en una enseñanza; por una vez, quisiera que mis anhelos ocurran de una manera amable, que correspondan a mi ilusión, sin tener que sentir que debo tener la otra mejilla preparada para que me abofetee, de nuevo, la realidad.
Sin embargo, atreverse a vivir eso que deseas implica ser vulnerable y estar expuesto al daño. Confiar, creer, dar el beneficio de la duda requiere valentía, y yo nunca me he proclamado valiente. Pero si después de lo vivido sigo aquí, con ganas de lanzarme a un vacío que desconozco —aun cuando no haya nada esperándome—, entonces debo tener al menos una pizca de coraje en el corazón.
Con esto no quiero decir que el miedo no exista. No pensaba que estaba tan aterrada hasta que, al imaginarme actuando en favor de mi anhelo, soñé que me perseguían para matarme (sí, a ese punto). Aceptar que el amor me da pánico y que no sé qué hacer con él es uno de los fantasmas con los que me toca lidiar ahora.
La sensación de escalofrío generada por su mera idea proviene de mi labor como observante, pues aprendí a reconocer su poder. Lo he visto ser capaz de mover mareas, unir, sanar lo irreparable, pero también lo he visto ser usado como excusa para que un daño persista. Y tan noble como pueda ser o sentirse, da temor volver a dejarlo en las manos equivocadas.
Sé que no estoy ni cerca de vivir lo que ya pasó, sé que no volveré a cruzarme con personas similares. Pero todavía hay sentimientos que residen en mí —incertidumbre, pesar, rabia, humillación— que hacen que cualquier cosa que se le parezca me active una señal de alerta, me haga retroceder, proyectar actitudes en desconocidos, pensar que si se me acercan verán algo en mí que los lleve a tratarme igual.
Pero no hay mucha sanación que pueda hacer sola, permitir que las situaciones vuelvan a ocurrirme también es parte de mi proceso de aprendizaje, y eso conlleva involucrar a otro en algún momento. Porque, aún con la frustración que me genera, hay partes de mí que he descubierto solo a través del amor. Una mínima chispa ha sido suficiente para ver cómo nacen otras perspectivas, siento lo que le hace a mi cuerpo, a mi manera de actuar, y veo la respuesta ante mis cuestionamientos: no tengo por qué temerle a algo que ha existido en mí siempre.
Soy una romántica irremediable. Si no fuera una persona capaz de sentir todo con intensidad, no estuviera escribiendo esto. Aunque en un momento de mi historia ese aspecto tan característico se convirtió en algo negativo. ¿Ha sido mi vida un performance que hago solo por ser amada? Recién he hallado consuelo: yo no soy un acto, este cúmulo de emociones es el que va a aparecer cada vez que me enamore, no puedo cambiarme o convertirme en lo que otros esperan, no soy misteriosa, ni desenfadada, ni estratégica, por más racional que me obligue a ser. Esto no tiene por qué ser algo malo, es lo más genuino que puedo hacer por mi sentir.
Por otra parte, hay algo en ser la amiga de las historias a medias, y me molesta ser parte de esa demográfica porque trae comentarios que preferiría dejar de escuchar. Si provienen de aquellos que se preocupan por mí, no los rechazo, pero quienes me conocen saben lo mucho que los aborrezco. Cuando las circunstancias no terminan de pasarte, te acostumbras a escuchar: “Ya vendrá”, “Cuando menos lo esperes”, “Deberías”, “Intenta”. Luego, hay otros con connotaciones más tristes, a los que solo puedo responder con silencio o una mirada de pena: “Tú tan buena que eres”, “¿Hasta cuándo?”, “Ya ocurrirá como lo mereces”.
No tengo respuesta a ninguno de estos consuelos, y aunque sé que provienen de la más noble preocupación, siempre me hacen pensar que se deja en evidencia eso en mí que no termina de calar, lo que desencadena una serie de pensamientos en los que prefiero no profundizar, pues, aun con todos los buenos deseos que otros dirigen a mi camino, la suerte no se pone de mi lado. No me gusta ser la amiga a la que deben recordarle lo que vale y merece, porque yo también estoy consciente de ello, pero eso no ha hecho que me elijan.
¿Será que, para que ocurra, debo rebajar mis expectativas? Esa idea también la he manejado y no le tengo mucho aprecio, porque significa que, para que las cosas me sucedan, me tengo que conformar. Conmigo nadie se ha conformado, no creo que alguien haya pensado: “voy a darle un chance a ver qué pasa”. ¿Por qué tendría que hacerlo yo? Y aquí está el mayor problema: me vuelvo restrictiva, porque yo no quiero aceptar un “peor es nada”, no quiero escoger al más conveniente, ni al que siempre aparece; tampoco me interesa utilizarlos para apaciguar mis deseos un rato.
Según las voces de la experiencia, la exigencia es lo que terminará condenándome a estar sola para siempre. Yo quiero creer que me guía a algo que se equipara a lo que yo puedo ofrecer. No piensen tampoco que me privo de vivir experiencias; puedo ser tan simple como la situación lo amerite cuando quiero algo. Pero al hablar de lo certero, eso no lo baso en cuestiones efímeras: deja de ser un juego de estrategias, de hacer el tonto en tres aplicaciones distintas.
Es curioso que antes debía ser más: más pilas, más lanzada, más coqueta. Ahora, cuando después de tantos procesos logras serlo, se te sugiere ser menos, porque tus probabilidades van decayendo cuando eres consciente de lo que quieres. De verdad, prefiero ser víctima de mis aspiraciones y criar gatos antes que conformarme.
Quiero verme reflejada en unos ojos que deseen conocerme de verdad, no en unos que solo se miren a sí mismos en los míos, no en unos que me idealicen, no en unos que busquen llenar un vacío conmigo, no en unos que solo me desnuden, no en unos que intenten descifrar qué quieren con su vida a través de mí, ni en unos que me vean como un premio por decir las frases correctas.
Crecí escuchando “Es muy feo quedarse sola”, también viendo representaciones de amor romántico que no eran las más ideales. Me pregunto cómo residen en mí tantas ilusiones cuando conozco tanto de sus partes amargas. Me odié por mucho tiempo, hasta hace poco pude verme con más amor y bondad. Ahora ese amor se me desborda y no sé dónde ponerlo. Se lo he entregado a quienes aprecio, sigo cultivándolo en mí, pero quisiera poder dárselo a alguien que me lo devuelva de la misma manera, no vivir pensando que se me va a quedar atorado en el pecho por miedo o porque me hice unas expectativas absurdas. ¿Es aprender a amar también parte de mi tesis? Es el problema más tonto y más bonito que he tenido.
Todos los días me preparo, no sé para qué. Cada vez que estoy por salir pienso que el suceso que cambiará todo está por ocurrir, que me encontrará en la calle, que me va a golpear como el balón que siempre cae sobre la persona menos deportiva del grupo (esa era yo). Voy movida por la fantasía y la ansiedad, me gusta creer que viene pronto, que no me daré cuenta hasta que lo tenga al frente. Me siento como una niña que ve un mundo de probabilidades y que siente en el pecho algo que no logra reconocer, o como un devoto que confía en lo invisible, y se aferra a esa idea como consuelo para seguir adelante.
Camino por Madrid con el corazón en la mano, llego cansada por las tardes y me convenzo de que tanta insistencia hará que no venga a mí, que es mejor rendirme y dejar de contener la respiración en cada parada de metro, que el giro de circunstancias que tanto deseo no está escrito en ninguna parte de mi historia. ¿Pero quién soy yo para saberlo? Si cuando no puedo dormir, lo único en lo que pienso es en que suceda, y ver que le ocurre a otros me demuestra que podría ser posible para mí. Soy un puñado de nervios, contradicciones, intensidades y unas ganas de amar que no pueden controlarse. ¿Habrá alguien que también me esté buscando?
Mientras espero a que pase, sigo aprendiendo a reposar cerca de un pequeño halo de luz que le haga encontrarme.
And I'm learning to live without the heartache it gives me,
Nothing I wouldn't do for another few minutes,
Learning how not to cry every time there's another sad unbearable morning,
But sometimes there's nothing I can do.
Gracias por leer mi rant, era algo que quería dejar en alguna parte y que mejor que seguir compartiendo todo lo que siento con ustedes.
Les dejo la playlist que he estado escuchando mientras pensaba, es lo mismo de siempre pero diferente :p.
¡Sthefania! Te sigo desde hace mucho tiempo (tus videobolas de Telegram reposteadas en Twitter tienen un lugar especial en mi corazón) y siempre es un inmenso placer poder ser espectadora de la magia de tu creatividad (sea por escrito, la curaduría de playlists o tu fotografía). Este escrito se quedará conmigo por mucho tiempo, ya que fue como ver en el espejo a una de mis tantas versiones anteriores. Sin embargo, algo que quiero rescatar, es la aceptación de tus deseos y la vulnerabilidad al compartirlos. Es cansino querer que llegue el momento, pero (me voy a poner cliché, ¡lo siento!) no tengo dudas de que hay alguien que comparta tus anhelos y más (sin necesidad de conformarte, ojito ahí). Mientras, sigue entregando ese amor a las personas cercanas a ti, a ti misma, a tu arte... y todo lo demás llegará. Muchas gracias por compartir esto con nosotros <3
que bonita reflexión. nada de lo que te diga será nuevo, pero me permito aportar para que leas otras experiencias, primero que nada creo que no hay expertos en el amor, por mucha experiencia que alguien tenga, creo que el amor es tan espeso y deforme que cuando te llega siempre te coge como principiante. podré decirte "deja de buscar y verás como te llega” o “sigue buscando que la que busca, encuentra” o cualquier otra frase igual que esas pero dicha con diferente formas y color y al final da igual, por que tu eres tu y yo soy yo y ellas son ellas, y así con el amor cada quien llena su cajita de experiencias.
lo que si puedo decirte es que me da la impresión que eres una persona que siente mucho, y como dijo victoria pedretti en su entrevista más vista de youtube: “i feel a lot. and sometimes is horrible, but sometimes is awesome.” y creo que no hay nada más bonito, sentir mucho. <3